La estudiante de Medicina fue una de los 8 estudiantes elegidos para misionar en África y hoy nos comparte su experiencia en Kenia.
Mi experiencia como misionera en Kenia se puede describir como maisha matamu que significa sweet life.
Cuando la gente escucha que te vas a África responden siempre con un: es muy peligroso, qué pasa con las enfermedades, está muy lejos, hace mucho calor, etc. Además surgen muchas más dudas sobre comida, costumbres, idiomas, tradiciones, seguridad, higiene, fe, sistema de salud, entre otras que vienen desde la incertidumbre, ese miedo a lo desconocido y hoy tengo la oportunidad de poder contestar algunas con mi breve pero increíble experiencia en Kenia.
Los misioneros de Guadalupe abrieron sus puertas a cuatro equipos de misioneros, el mío llegó a Kibera, considerado el slum más grande de África, donde el padre superior Ascencio y el padre Salvador nos recibieron como si fuéramos sus hijos para poder compartir nuestra fe con la comunidad de Christ the King, Kibera.
Desde mi perspectiva como estudiante de Medicina noté que hay situaciones que he aprendido durante la carrera y que sin saber, influyen negativamente en la salud de la población de Kibera. Aunque no dimensionamos las consecuencias, existen problemas que no se pueden cambiar de la noche a la mañana, situaciones como el hacinamiento, el hambre, la pobreza, la falta de drenaje, el agua contaminada, la educación limitada, entre otros., sin embargo, existe mucha gente viviendo en un mismo lugar sin condiciones dignas.
Suena un poco desesperanzador y crudo decirlo de esta forma, pero es una realidad donde los misioneros de Guadalupe todos los días arriesgan su vida con tal de poner ese granito de arena que poco a poco va marcando una diferencia. Los padres son muy queridos por todos (católicos o no católicos) ya que, apoyan a escuelas, familias, construcciones, enfermos, deportes y tradiciones, por lo tanto, nuestro papel principal fue ayudar en donde se pudiera, cuando se pudiera.
Realizamos diferentes actividades como visitar enfermos, trabajo con una comunidad de sordos, ayudamos a maestras de kinder, participamos en el coro, tuvimos la oportunidad de visitar a muchas familias, pero gran parte del tiempo trabajamos con jóvenes. En la secundaria Juan Pablo II me convertí en mwalimu, tome el rol de ser esa maestra que pide a sus alumnos mucho respeto para tocar temas tabúes de la comunidad como: higiene menstrual, enfermedades de transmisión sexual y embarazo adolescente. Noté que la desinformación es mucha y la repercusión que tiene es aún mayor. La dinámica que elegí para introducir mis clases fue que de manera anónima en papelitos calificarán lo cómodos que se sentían discutiendo estos temas e inquietudes que tuvieran o si de plano no tenían conocimiento alguno me lo hicieran saber, tristemente recibí muchos "no tengo idea de los temas" y entendí con otras de sus dudas que ni las diferencias meramente anatómicas eran claras para jóvenes de 15 y hasta 24 años entonces tuve que iniciar desde las bases.
Otro de los grandes regalos que recibí de África fue Lenkisem, en el campo se vive una realidad totalmente distinta donde hace mucho calor porque llegamos al ambiente de la tribu masai, de verdad consideran a los animales como una pieza clave de la creación y a sus bomas (casa de la tribu masai) el lugar para poder compartir por medio del baile lo cual fue muy divertido y enriquecedor porque te das cuenta que el idioma sobra cuando existe el deseo de conectar genuinamente con el otro. Ellos preguntan por tu nombre y el que tenemos no les basta, te dan otro de acuerdo a tu personalidad, el mío Nashipae que significa the happy one, al hacerlo celebraron con una canción muy especial y baile como tenía que ser. Ese amor que transmiten se siente como apapachos al corazón y abrazos en el alma.
La fe se vive muy diferente, las misas son increíbles, se pasan volando y están llenas de alegría en Swahili, uno de los 4 idiomas/lenguas que dominan. Sin entender, puedes vivirla como uno más de la comunidad al bailar con faldas de telas preciosas y cantar como en una fiesta por horas.
Antes de ir había escuchado que quien llegaba hasta África era por los animales, claro que deja sin palabras ver a los elefantes en SU casa, caminar junto a las jirafas, manejar mientras se cuelgan changos en los árboles a tu alrededor, muy distinto a verlos en un zoológico, es dejarse impresionar por la creación de alguien más grande que tú, dejó mi piel chinita y mis ojos llenos de lágrimas al contemplar algo que parecía irreal, pero hoy sé que quien llega hasta África lo hace por esa magia que no se puede describir por completo hasta que la vives, por esas personas genuinas con corazón de oro, apasionados, que cantan, bailan y vibran con su esencia en cada paso que dan.
Ser parte del equipo de misión Kenya fue la mejor decisión que he tomado, como dicen: todo lo bueno cuesta y lleva tiempo, para mí fue un proceso que me hizo crecer, cuestionarme y retarme. Requirió esfuerzo, dedicación, mucha organización, compromiso, tiempo y entrega, pero lo volvería a hacer mil y un veces. Emprendes el viaje con mucha disposición, un poco de incertidumbre que huele a ese reto que cambiará tu vida y crees que vas a dar mucho de ti, pero te das cuenta que es la mínima parte de lo que allá recibes porque de verdad la gente lo da todo, siempre, con toda la pasión que los caracteriza.
A cada persona que conocí la llevo conmigo, hicieron que el irme fuera el adiós más difícil a una misión en la cual viví plenamente cada segundo y encontré momentos que solo eran míos, reflexioné lo más que pude, replantee mi camino a seguir y me di cuenta que una parte de mí le pertenece a África, parte de mi corazón se quedó, pero hicieron que me fuera plena y feliz.
Me quedo con las mejores clases de cocina aunque sea la única persona en toda África que hace chapatis cuadrados, con los ensayos más divertidos y apasionados en los que he estado, las misas más bonitas y alegres que he vivido, los abrazos más sinceros, las risas que me dieron dolor de cachetes, las noches de películas y palomitas, las caminatas en las vías que cruzan Kibera, los -según nosotros- temblores por el movimiento cuando pasa el tren, las horas platicando mientras nos hacían trenzas, los ¨mzungu, mzungu¨ que se escuchaban en las calles, la comunicación por medio del baile, el piojito de los niños por la curiosidad hacia nuestro pelo, conversaciones en cada comida con los padres y seminaristas, el ¨give puñito¨ de los niños en las bakhitas, el refresco que si sabe a jengibre, la piel chinita al ver bailar y cantar con tanto amor, las porras en el juego más divertido de volleyball, el plato más rico de ugali para acompañar el pescado frito, las clases de lenguaje de señas por la comunidad de sordos, el té con miel y jengibre hecho por Mary para curar esa terrible gripa y apapacharnos cuando nos sentíamos tristes, escritos llenos de valentía contando historias de vida, las ganas de los jóvenes para salir adelante, la sencillez con la que ven los problemas, las lágrimas al conectar tanto, la pasión con la que viven, las dudas más íntimas y secretas en los papelitos para empezar las clases, el quédate y sigue
luchando por las mujeres de profesores hombres y con los cumplidos de Wily para empezar el día. Así que sí, ese fue el pedacito de África que me regaló un poco de maisha matamu.
Asante sana y ashe oleng África por haberme llenado el corazón con tanto, regresé siendo la mzungu más feliz.